La miel sirve para todo, desde calmar la tos, nutrir la piel, paliar los síntomas de la gripe, curar las quemaduras y sí hasta para endulzar los alimentos. Su presencia constante en las cocinas responde a su versatilidad para hacer remedios caseros o avivar el sabor de tus comidas.

Algunas evidencias arqueológicas sugieren que la miel ha sido utilizada desde el período mesolítico 7 mil años a.C y permaneció como el endulzante primario natural hasta el siglo XIX, cuando su consumo fue superado por el del azúcar. Sin embargo, persiste hasta la actualidad gracias a sus múltiples usos y beneficios.

La miel tiene distintos sabores: Aunque su gusto es dulce, su sabor varía según su proceso de producción. El aroma y el sabor dependen de a qué plantas polinizan las abejas. Por eso algunas mieles son más afrutadas que otras.

Sus propiedades antibacteriales son ampliamente conocidas: El nivel de humedad de la miel es bajo, no tiene casi agua. Por tanto, no se fermenta, lo que ayuda a combatir los microbios y las bacterias. Es muy recomendada para paliar afecciones respiratorias, heridas tópicas o cicatrices, desinflamante y antialérgico.

Tiene minerales: El color de la miel va desde muy clara hasta casi negra y esto cuenta la historia de los minerales que la componen. Las mieles oscuras son ricas en fenoles y antioxidantes.

Ayuda a combatir el insomnio: Es un remedio natural para conciliar el sueño. Tomar una cucharadita de miel antes de dormir te ayuda a vencer la fatiga del día.

Es antiinflamatoria: Su efecto sobre las afecciones de la piel la convierte en una aliada perfecta para las pequeñas quemaduras en la cocina. Incluso, es coadyuvante en el tratamiento casero del acné, ya que reduce el enrojecimiento y seca los granitos.