El primer efecto que tiene la corrupción es éste del cual hoy soy parte como articulista y usted como lector. La opinión pública.
La corrupción es una chispa para la opinión pública, la trastoca inmediatamente y de manera transversal, todos hablan de ella. Pero como reza el adagio, lo que llega rápido se va rápido, la corrupción en la opinión pública también. En cuestión de días el problema suele superarse y quedar en la memoria colectiva como un escándalo. El segundo efecto tiene particularidades según donde se desarrolle el fenómeno. Acuñarlo de fenómeno no es casual.
La corrupción no es un problema, es un fenómeno global y antiquísimo que tiene su ascendencia según las valoraciones que le dan a ciertos valores en distintas sociedades. Recordemos por ejemplo el desarrollo de la campaña presidencial Estadounidense.
En ese país la escala de valores tiene en su cima un componente moral muy arraigado – más allá de realidades contrastantes- la sociedad norteamericana es muy moralista. Es por ello que no fue casual que los issues claves en el desarrollo de esa campaña fueran tan novelescos desde nuestra óptica. A Hillary Clinton se le denunció de corrupta de mil y un maneras cuando se desempeño como Secretaria de Estado.
Su imagen pública se trato de construir a partir de hechos que comprometían su moral pública y finalmente surtieron efecto.
Gran parte de los Estadounidenses terminaron viendo a Hillary como una corrupta. Ya no asociado a la corrupción, pero si comprometido con los valores, tampoco fue casual que durante esa campaña al ahora Presidente Trump se le dijera que era un explotador de sus empleados y un maltratado de mujeres. Todo atentaba a atacar la moral de ambos puesto que es la cima en el apremio de esa sociedad.
El tercer efecto es político. Aquí aterrizamos más éste fenómeno a nuestra realidad. Desde Uruk, una de las primeras ciudades del mundo, hasta nuestros días, la corrupción no acelera cambios de gobiernos, o en criollo, la corrupción no tumba gobiernos.
La corrupción compromete la vida púbica, acelera la asociación del fenómeno como algo más público que privado cuando alcanza a ambas esferas, disminuye la percepción positiva de los políticos. El efecto hasta ahora comprobado de la corrupción que es más económico y social pero que termina siendo político, es la desigualdad. Los países más corruptos son los más desiguales. Pasa con China, pasa con los países africanos y pasa con Latinoamérica.
Ese es el efecto más perverso de tal fenómeno en nuestras sociedades.
Siendo esto así, cuando uno recoge un sentimiento preponderante de la clase política nacional de regocijo cuando hay una denuncias de corrupción, yo confirmo que lo que prevalece es más un recelo frente al corrupto en vez de un castigo por el fenómeno.
La corrupción es una pandemia.

 

 

Nelsón Villavicencio